Observo el horizonte, pero sin verlo. La mirada y el pensamiento perdidos por la senda invisible de la duda, la angustia, la desazón. De pronto, parpadeo repetidamente, como si despertara de algún sueño, y me sorprende mi estado ausente. Tomo conciencia, ahora sí, de mí mismo, de dónde estoy. Y es que mi anterior estado meditativo me impedía incluso observar conscientemente lo que me rodeaba. Paso la mano por la pedregosa tierra donde estoy sentado, y por las hierbas y plantas que casi me camuflan en el paisaje. Es como si quisiera captar, por medio del tacto, algún misterioso mensaje que quisiera transmitirme la naturaleza. Así me parece sentirlo, o tal vez, venga desde mi propio interior, no lo sé. Pero algo está deseando “manifestarse”. Miro al frente, al infinito cielo que se abre ante mí. Los minutos pasan. Los colores cambian. Las tonalidades que van adquiriendo las nubes que observo recrean una singular paleta de colores de particular belleza. Cambian sus formas, su silueta. Se forman largos trazos de fino algodón.La luz que antes dominaba el día, ahora se transforma en palidez naranja, rosa, según pasan los minutos. ¿Cuánto tiempo llevaré aquí?
La noche se acerca para quedarse y expandir su oscuridad sobre la faz de
Y es que ahora tomo conciencia de que el tiempo transcurre hacia adelante. No puedo desear que vuelva a empezar el atardecer que ahora se difumina ante mí. Comprendo lo cruel, y real, de la expresión “perder el tiempo”. Lo que no haya hecho o dicho hoy, no lo puedo recuperar. Podré decirlo “más adelante”, pero no será, quizá, en el instante o momento deseado. Puede que en ése tiempo transcurrido hasta que actúo hayan sucedido cosas, momentos o sucesos que modifiquen mi presente, mi futuro.
Me resuelvo a aprender a actuar, a moverme mientras pienso. A no pararme en largos y profundos estados meditativos, de estática contemplación de mi realidad. Quisiera abandonar actitudes que frenan mi avance, mi evolución. Yo que tanto detesto la negatividad, el pesimismo, no puedo dejarme seducir por ellos y dejar que pasen mis días en inactividad física o emocional. Todas estas cosas las sé. Todos sabemos lo que es mejor para cada uno de nosotros. Por eso, la mayor de las batallas es decidirse a actuar, a luchar, y a cambiar nuestro estado de ánimo, desde dentro de nosotros mismos.
Me levanto resuelto de la observación sintetizada en éste atardecer, y decidido a cambiar mi ánimo. Mientras tanto voy pensando en la mejor receta para hacerlo. Puede que necesite como ingredientes un poco de Fe, esperanza, optimismo, buenas dosis de sonrisas, cariño, pero no mendigare afecto a nadie, quien se jacte con bellas palabras en afirmarlo, pues que lo demuestre. Y todo ello sazonado con paciencia e ilusión. Pues en parte comprendo; " Caminante no hay camino, se hace camino al andar".
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